A partir de su primera edición, en 2000, el programa de evaluación educativa PISA, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), ha supuesto, probablemente, el principal factor de “agitación” de las políticas educativas. Ello es así desde al menos tres puntos de vista: el mediático, el de los procesos de las administraciones educativas y, finalmente, el de la investigación sobre los sistemas educativos. En efecto, el programa ha recibido una creciente atención de los medios de comunicación y la opinión pública: la aparición de los resultados es noticia de portada, algo impensable hasta hace algunos años.