En un mundo globalizado, la competitividad empresarial resulta especialmente relevante y, en ella, los impuestos pueden jugar un papel importante. ¿Cuándo se puede considerar un sistema fiscal competitivo? Una respuesta fácil e inmediata guarda relación con el nivel impositivo. Así, una presión fiscal baja, en comparación con la de otros países, garantizaría un sistema fiscal competitivo. Sin embargo, el tema es algo más complejo. En primer lugar, porque el desarrollo económico también requiere unos servicios públicos y unas infraestructuras de calidad que, sin financiación, difícilmente se pueden prestar. En segundo lugar, porque también es importante la estructura impositiva, eso es, el peso de los diferentes impuestos, así como la configuración específica de cada uno de ellos, en que el tipo impositivo nominal es un elemento importante. Este factor, junto con otros aspectos legales, acaba determinando el tipo impositivo efectivo, el cual puede condicionar el establecimiento de empresas o la atracción de inversión extranjera directa. Y, en tercer lugar, porque a la presión fiscal directa hay que añadir los costes de cumplimiento1, relacionados en parte con cuántos niveles de gobierno tienen capacidad normativa.